La competencia del juego de pelota servía en toda Mesoamérica para designar al más apto para ser sacrificado. Los jugadores que participaban en el juego tenían un gran honor, y no sólo jugaban en ámbito deportivo, sino que tenía un significado cosmológico.
Se ponía la vida en riego (de hecho, en muchos pueblos ganaras o perdieras eras sacrificado) y al final, los ganadores eran sacrificados en una ceremonia, en la cual su sangre "fertilizaba" la cosecha y así parte de sus vidas era transmitida al resto del pueblo. Los perdedores eran sacrificados sin honor.
Con la llegada de los españoles los misioneros y frailes consideraron esta práctica como bárbara y satánica, sin embargo la verdad es que era su forma de congraciarse con sus Dioses.
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